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Sindicalismo, Días contados

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Mensaje  Ram. Lun 29 Oct 2007 - 17:46

Hay un refrán que dice así:

“Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”. O lo que es lo mismo, lo que está ocurriendo en estos momentos en otro lugar, muy pronto ocurrirá en el nuestro, si no está ocurriendo a la vez.

Y esto es lo que está ocurriendo ya o desde hace algún tiempo en EE. UU. Y de seguro que va a ocurrir aquí también si como digo, no está ocurriendo ya:

La huelga de los empleados de Chrysler, la primera en 10 años, fue un suspiro.


“Duró lo justo para tomar un bocadillo”, dicen los analistas de la industria del automóvil después de comprobar que la movilización convocada por el primer sindicato del sector duró poco más de seis horas. Son los mismos comentaristas que afirman que el movimiento sindical tiene los días contados.


Dos semanas antes, el paro en General Motors, su rival, no llegó al segundo día.

Yvonne Sharrad, una de las 35.000 empleadas sindicadas de Chrysler, dijo tras el paro que no había ni ganadores ni vencidos. Y llegó a reconocer que todos sus compañeros están asustados con la situación que se vive en la industria del automóvil, por eso dice que había que encontrar una vía para salir adelante.

“Todos necesitamos nuestros empleos, da igual que estemos en planta o sean puestos administrativos”, añade Dianna Rhineheart. La huelga no podía durar mucho, como señalan los analistas de Global Insight. El sindicato convocante dispone de un fondo de 900 millones de dólares, que utiliza para pagar 200 dólares semanales a los empleados en paro.


El problema es que un asalariado sindicado cobra una media de 800 dólares semanales, y en muchos Estados no pueden acogerse a compensaciones por desempleo adicionales del sindicato. A esto se le añade el riesgo de ser sancionados.

Y es que uno de los problemas que afronta el movimiento sindical en EE UU, como explica Harley Shaiken, profesor especializado en relaciones laborales en la Universidad de Berkeley (California), es que formar parte de un sindicato “se ha convertido en un riesgo más que en un derecho”.

Y aquí también hay datos para ilustrarlo. Según las estadísticas del National Labor Relations Board, unos 31.500 empleados fueron sancionados o despedidos en 2005 como consecuencia de su actividad sindical.

Esto se nota. Hace medio siglo, tres de cada diez asalariados estadounidenses estaban protegidos por el paraguas de un sindicato. Hoy son 15,4 millones, el 12% de la mano de obra total. La mayoría está en el sector público, donde la tasa de afiliación es del 36,5%.

En el privado baja al 7,4% de los empleos, un mínimo histórico. Los números no paran de caer. En un año la afiliación total cayó medio punto porcentual. La crisis creó una lucha interna hace dos años que acabó dividiendo en dos el sindicato AFL-CIO.

En el caso concreto de la United Automitive Autoworkers, los números también hablan por sí solos. En 1990, contaban con 350.000 afiliados. Ahora son cinco veces menos.

Su temor es que GM, Chrysler y Ford, la próxima en afrontar negociaciones para firmar un nuevo convenio, sean tan competitivos como Nike en el sector de la indumentaria deportiva, lo que en la práctica se traduce en mantener su sede social en EE UU y producir fuera.

Lo que está en juego, señalan desde la UAW, es la seguridad del empleo. Al 58% de los asalariados en el sector privado les gustaría afiliarse en algún momento a un sindicato.

Y los ejecutivos, en el caso de la industria del automóvil, también son conscientes de
la fragilidad de la situación. Pero para sobrevivir al embiste de los fabricantes asiáticos, dicen, deben ser más competitivos, y eso pasa por reducir los costes laborales.
Rebecca Lindland, de Global Insight, explica que lo que busca Detroit “no es llevar
los trabajos fuera de EE UU, sino fabricar los coches de la manera más eficiente”.

“Nadie gana si quiebran”, remacha. Shaiken lamenta que la sociedad actual sea tan diferente a la de hace una década y que la competitividad no se traslade al bienestar.

Por eso cree que lo visto en GM va más allá de la industria del automóvil, porque la influencia del sindicato se debilita conforme cae su afiliación y esto, a su vez, mina al conjunto de la economía.

El profesor en cuestiones laborales recuerda que los sindicatos fueron los que asfaltaron
el camino hacia la clase media para millones de trabajadores en EE UU y los precursores de los planes de pensiones y seguros médicos pagados por la empresa.

Aumentan las diferencias “Eran una parte vital de la sociedad”. Ahora, añade, se está en el proceso opuesto.

“En momentos de fuerte crecimiento económico y beneficios corporativos récord,
sólo aquellos que están arriba disfrutan de un nivel de vida más alto”, precisa, mientras alerta de la brecha cada vez mayor en los ingresos, un desequilibrio al que también hace referencia el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke.

Y es que mientras la productividad creció un 20% entre 2000 y 2006, los salarios ajustados a la inflación se incrementaron sólo un 2%.

Cada vez son menos los empleados que obtienen de sus empresas planes de cobertura sanitaria o para la jubilación.

El resultado está siendo escalofriante, según Shaiken.

“Cuando el sindicato era fuerte, lograron establecer un vínculo entre el alza de la productividad y los salarios, lo que dio poder de compra a esta clase media para adquirir coches, pagar sus casas, mandar a sus hijos a la universidad, y eso alimentaba al conjunto de la economía”, recuerda mientras concluye que “se está pidiendo a los trabajadores que se sacrifiquen por el caviar de la primera clase”.

El País, Negocios, 28-10-07
Ram.
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